Los libros son como las hogueras que empujan la noche hacia el bosque

Con un lenguaje coloquial, muy argentino, muy nuestro, la autora logra una narrativa dinámica, que nos permite vivir en carne propia el vértigo de un viaje, que como en todos los relatos de este tipo, implica una salida de la zona de confort para sumergirse en la distancia, en territorio desconocido, pero también en lo más hondo de nosotrxs mismxs. Cómo dice una canción de La Renga "el final es donde partí", se vuelve al inicio, pero más sabios y más livianos. No se pierdan de conocer el mundo íntimo, personal, fundacional de Jezy, su protagonista.


"La sencillez con la que fue escrita Gerlihogar, su dinamismo, el uso de un lenguaje coloquial bien argentino, la fluidez con la que la pluma de Maricel Santin avanza en la deconstrucción de su personaje principal, Jezy, van desembocando en una atrapante complejidad que trasciende por mucho la historia individual de una chica abrumada por su trabajo, cuya vida amorosa no termina de satisfacerla. Esta novela es mucho más que eso: es un viaje, que como todo viaje, siempre es hacia el propio interior (aunque el escenario aparente se reparta aquí entre Córdoba y San Luis). Es el retorno desde la vida actual en Ingeniero Machzwitz a otra pasada en Gerli. Es la revisión de un agitado historial amoroso que encontró en la elección de Lautaro, la mesura, el borde al desenfreno de las formas conocidas. Los horizontes de Jezy, sociales, económicos, de clase, parecían haber quedado del otro lado de una pared donde nunca dejó de palpitar la fuerza del origen desoído: el desafuero de su hermano Alejo, la grasa en las manos de su padre mecánico, el olor del tuco que prepara Carmen, su madre, el recuerdo del abnegado amor de Rodrigo y de su hermana Sandra, hijos del dueño de la casa de electrodomésticos Gerlihogar. Pero una instancia trágica, como un pase mágico, la devuelve a sí misma para ser otra: “Desde que el 100 cambió su recorrido, tiene que hacer ese camino. Ahora la deja dos cuadras más lejos. Es el que hizo hace un año, cuando volvió a su casa familiar, después de tres de no pisar. Cuando su hermano necesitó volar desde la moto hacia el cielo y pegarse el cráneo en el asfalto, para que ella reapareciera. Para cambiarle otra vez el eje a su vida”. Los tabúes, las preguntas, las vergüenzas excluidas del propio relato biográfico, retornan en estas páginas pidiendo integración, refugio en la identidad. El camino va hacia atrás y avanza poniendo luz en el presente –que es siempre el resultado de una contradicción- para hacerla descansar a ella y al ojo conmovido del lector, de la vorágine de la juventud."



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Con un lenguaje coloquial, muy argentino, muy nuestro, la autora logra una narrativa dinámica, que nos permite vivir en carne propia el vértigo de un viaje, que como en todos los relatos de este tipo, implica una salida de la zona de confort para sumergirse en la distancia, en territorio desconocido, pero también en lo más hondo de nosotrxs mismxs. Cómo dice una canción de La Renga "el final es donde partí", se vuelve al inicio, pero más sabios y más livianos. No se pierdan de conocer el mundo íntimo, personal, fundacional de Jezy, su protagonista.


"La sencillez con la que fue escrita Gerlihogar, su dinamismo, el uso de un lenguaje coloquial bien argentino, la fluidez con la que la pluma de Maricel Santin avanza en la deconstrucción de su personaje principal, Jezy, van desembocando en una atrapante complejidad que trasciende por mucho la historia individual de una chica abrumada por su trabajo, cuya vida amorosa no termina de satisfacerla. Esta novela es mucho más que eso: es un viaje, que como todo viaje, siempre es hacia el propio interior (aunque el escenario aparente se reparta aquí entre Córdoba y San Luis). Es el retorno desde la vida actual en Ingeniero Machzwitz a otra pasada en Gerli. Es la revisión de un agitado historial amoroso que encontró en la elección de Lautaro, la mesura, el borde al desenfreno de las formas conocidas. Los horizontes de Jezy, sociales, económicos, de clase, parecían haber quedado del otro lado de una pared donde nunca dejó de palpitar la fuerza del origen desoído: el desafuero de su hermano Alejo, la grasa en las manos de su padre mecánico, el olor del tuco que prepara Carmen, su madre, el recuerdo del abnegado amor de Rodrigo y de su hermana Sandra, hijos del dueño de la casa de electrodomésticos Gerlihogar. Pero una instancia trágica, como un pase mágico, la devuelve a sí misma para ser otra: “Desde que el 100 cambió su recorrido, tiene que hacer ese camino. Ahora la deja dos cuadras más lejos. Es el que hizo hace un año, cuando volvió a su casa familiar, después de tres de no pisar. Cuando su hermano necesitó volar desde la moto hacia el cielo y pegarse el cráneo en el asfalto, para que ella reapareciera. Para cambiarle otra vez el eje a su vida”. Los tabúes, las preguntas, las vergüenzas excluidas del propio relato biográfico, retornan en estas páginas pidiendo integración, refugio en la identidad. El camino va hacia atrás y avanza poniendo luz en el presente –que es siempre el resultado de una contradicción- para hacerla descansar a ella y al ojo conmovido del lector, de la vorágine de la juventud."



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